13 de setembro de 2012

MILAGRO EN CD. QUETZAL


Fue muy emotivo el encuentro entre la madre y la hija después de largas horas de angustia y tensión. 

El incidente se verificó muy de mañana.  Estábamos en la capilla, después de la oración de la mañana cuando escuchamos unos gritos angustiosos.   Toquidos persistentes a la puerta.  Conmoción, gritos... "Me la arrebataron de las manos, no pude hacer nada...  Se fueron por ahí, una camioneta verde, eran cinco llamen a la policía, que los sigan, que no se la lleven...." 
Los vecinos salen de las casas, la mamá se sienta en el umbral de nuestra puerta.  "Mi niña, mi hijita."  Secretaria de nuestra parroquia, madre de dos hijos.  Ella misma fue violada, esta niña se dice fue fruto de ese incidente catorce años atrás. 
La chica iba al Instituto junto con una amiga de la familia.  Al salir de la casa, una camioneta parqueada cerca de la casa arrancó, les salió por otra calle y las abordó.   Preguntaban por una dirección y antes de que las dos jóvenes tuvieran tiempo de alejarse, empujaron a la acompañante de la chica --una maestra joven-- y forcejeando subieron a la chica a la camioneta.  "Me levanté como pude y intenté jalarla, pero me la arrebataron de nuevo...Se llevaron a mi nena.  Me la arrebataron", lloraba angustiada la maestra, amiga de la madre.
Toda la comunidad se movilizó, las llamadas se multiplicaron... "Si los ven pasar, avisen a la policía, una camioneta verde, placas.... la secuestraron."
El maestro de computación del Instituto en el que estudiaba la chica, inmediatamente puso la alerta en las redes sociales.  Y en el curso de la mañana, no se hablaba más que de eso en la zona y las comunidades.
Por la violencia presente en el área, Ciudad Quetzal, periferia de la Cd. de Guatemala, es designada como área roja. Mucha es la gente que ha tenido que cerrar negocios y abandonar su casa por la extorción. El ser chofer de bus o taxista es participar de un trabajo peligroso por la cantidad de hombres que han sido asesinados por no pagar la extorción exigida. Crece la presencia de la droga y del crimen organizado.  El área de Ciudad Quetzal es compuesta de más de treinta colonias y nueve comunidades indígenas. Se estima que la población es alrededor de 150,000 personas.   Las noticias del día de hoy hablaban de varios casos de secuestros a chicas, entre trece y quince años.  Se reportaba que una fue encontrada muerta, cerca de un río de aguas negras... Muchas más reportadas como desaparecidas.  Silencio en tantos otros casos similares.
"Que ya le pidieron rescate, pusieron un precio... que vaya sola... que no avise a la policía."  Nos llegaban las noticias con el correr de las horas.  El Párroco, nosotras las hermanas, y toda la comunidad al pendiente de cualquier indicio que ayudara a recuperar a la joven.
Pero la señal de alerta ya había sido sonada.  Y la madre siguió una y otra pesquisa que la llevara a su hija.  Varios cuerpos de policía se movilizaron, agentes especiales vinieron a la casa de la joven, indagaciones de continuo... la policía rondando el área.  No pueden haberse ido muy lejos. 
Por la noche, vamos a una pequeña comunidad.  El sacerdote en la misa, pide por esta chica y otras seis, que fueron secuestradas en la semana, todas de esta misma zona.  Se teme algunas ya hayan sido asesinadas.  Pero no se tienen noticias, ni se han encontrado los cadáveres.   Es común que familias de adolescentes secuestradas se amedrenten y callan.  "Si avisan a la policía, si no me entregan esta cantidad, la matamos."   
El caso de esta chica fue diverso.  Algunas personas claves de la comunidad se enteraron de su desaparición e inmediatamente se hizo pública. 
La gente reza y se moviliza.  "Que no llegue la noche sin que la encuentren. "  Yo pido a Sta. Bakhita que proteja a estas chicas.  Esta santa sudanesa también fue raptada y torturada un sin fin de veces.  "Intercede por ellas, tú sabes lo que se siente."  
Regresando a casa, una hermana nos da la alegre noticia.  "La encontraron.... La chica ya está en su casa".   Vamos de inmediato a verla, vive a una cuadra de nuestra casa.  La gente de todas las comunidades, algunas un poco lejanas, se dió cita ahi para saludarla, abrazarla.
Al parecer el chofer de la camioneta de secuestradores sintió compasión.  "Yo también soy padre, va, regresa a tu casa,"  le había dicho después de llevarla por una zona no muy lejana.  Encontrándose sola, libre, sin poder creer lo ocurrido, después de horas angustiosas, la chica consigue tomar un taxi y regresa a casa.
Al poco rato llega la mamá, quien desde la mañana no paró de rodear las colonias circunvecinas, valles y veredas de Cd. Quetzal y los alrededores, buscando a su hija. 
Entra a casa corriendo, gritando, "Dónde estás hija?" grita mientras corre con los brazos extendidos para abrazar a la chica.  Se abrazan,  "hija, te amo, ¿qué te hicieron? Dime que no te hicieron nada."  Se abrazan, se besan, hablan en secreto.  Las dos lloran.  Hay lágrimas en los ojos de todos los presentes.  "No importa lo pasado, hija... todo sucede por una razón.  Lo importante es que estás aquí, de nuevo, que estamos juntas."  Y permanecen abrazadas por un buen tiempo.  Una niña de apenas dos años abrazaba una pierna de cada una, uniéndolas con su inocencia e ingenuidad.
"Recemos un Padre Nuestro en gratitud a Dios que le ayudó a volver".   Dice la maestra, amiga de la familia, quien desde la mañana no ha parado buscando a la chica.  Se hace un silencio reverencioso.  Luego todos recitamos el Padre Nuestro, y rezamos a María... "Dulce Madre, no te alejes....  María, cúbrenos con tu manto..."
La mamá y la chica, sentadas, lloran de felicidad y gratitud.  "Mira, has reunido a más gente que un futbolista" le dice la hna. Sandrita con su habitual buen humor.   Todos los presentes ríen, la tensión se disipa un poco.  La madre agradece a Dios por la fortaleza y la solidaridad de la gente. 
"Mi buen Dios, mi santa madre que la protegió con su manto... y ustedes que no nos dejaron solas..." La gente sigue llegando, al salir nos encontramos con otro grupo.  Hay gente dentro, fuera de la casa, por todas partes, convocados todos por la gran alegría de haberla recobrado. 
"Yo sí creo en la rosa de Guadalupe" dice una.  "Aquí hoy se ha obrado un milagro...", añade otra.  "Qué clase de bienvenida te da la comunidad, tanta violencia", me dice una chica. 
Para mí esto es el milagro de la unidad de un pueblo sufrido, milagro obrado en la oración y en la acción.  Una evidencia contundente de que es posible vencer al mal y cantar con gratitud al caer la noche.  Es posible.  Fue posible en el caso de esta chica.  Que lo sea también en el caso de tantas otras víctimas, de sus familias que aún lloran y después de tanta angustia, les duele hasta la esperanza.
 Cecilia SIERRA S., Misionera Comboniana en Guatemala

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